Catedral Constructiva II
Arquitectura del tiempo





Por la tarde Marco retiró el sobre que su jefe le había enviado por correo; a las nueve y diez de la noche comenzó a beber y recién entonces se dispuso a abrirlo.

Sacó del sobre una fotografía y dos hojas mecanografiadas. Si bien la fotografía solo mostraba el rostro de una mujer de unos cuarenta y tantos años, para Marco ver la fotografía fue suceso; lo que vino después una explosión de imágenes fijas y en movimiento creando la ilusión o representación de algo semejante a un recuerdo.

Claro que de aquello habían pasado veinte años cuando coincidieron en Cartagena de Indias. La recordaba esbelta, de piernas larguísimas, inteligente, confrontativa y completamente desenfadada. Volvió a verla ponerse de pie y caminar hasta el bar de la piscina con su traje de baño de dos piezas que a nadie dejaba indiferente. Cuando su largo cabello caía en su frente, su mano lo corregía; la misma que cuando algo la sorprendía llevaba a su boca.

En aquel entonces ella tenía veintitantos años y una sólida formación teórica pero un total desconocimiento de cómo operaba Aleph. No los había reunido la casualidad sino un programa donde Marco que ya no era joven debía introducirla en el estudio de Aleph.

Ella quería saberlo todo y al mismo tiempo le hacía saber que ya lo sabía todo. Sus primeros paseos y conversaciones en la zona del Laguito que iban del Hilton a las playas del Castillo, la isla de Barú con su arena blanca y un mar extenso le daban a Marco el argumento para hacerle entender que jamás llegaría a comprenderlo todo.



Por la noche cenaban en una mesa apartada del restaurante Intriga Tropical frente al hotel y entonces sus conversaciones alcanzaban un alto grado de intensidad, le gustaba provocar, se refería a Hegel como ese pequeño sofista embaucador y con un conocimiento profundo de la obra de Kant podía señalarle dónde se había equivocado.

A pesar de su desfachatez y locuacidad lo primero que llamó la atención de Marco fue su reticencia a hablar de su pasado. Todo lo que pudo saber era que su padre la había abandonado al cumplir los ocho años y fue criada por su madre que en ese momento se desempeñaba como asistente y traductora del embajador ruso en Madrid.



Ocurrió que una noche, mientras ellas argumentaba y ante una pregunta de Marco quedó pensativa, situación que aprovechó Marco para tomar su mano que ella rechazó sin brusquedad pero dándole a entender que cuando ella pensaba nada debía perturbarla. Lo supo después, cuando ya tarde tocó la puerta de su habitación, se desnudó frente a él, se acostó a su lado y se entregó completamente.

Lo segundo que llamó la atención de Marco fue que al otro día se comportara como si lo ocurrido esa noche jamás hubiera sucedido, ni un comentario alusivo, ni una mirada cómplice, ni un cambio en su comportamiento que refiriera a la noche de intimidad que habían compartido. En la ciudad amurallada frente a la Catedral Santa Catalina de Alejandría cuando la mesera apoyó las cervezas y antes de retirarse le dijo a Marco: Qué hermosa hija tiene.

Antes de regresar, Marco, en contra de todas las reglas, le entregó el teléfono y dirección de su casa en Buenos Aires con la esperanza de volver a verla. Pero ese encuentro nunca se produjo; su mayor decepción vino días más tarde cuando el Director del programa le hizo saber que en su reporte ella había señalado que no había aprendido nada, que su tutor era un completo idiota, que se había aburrido enormemente y que estando allá solo contaba los días para regresar a Madrid.

Las dos hojas mecanografiadas decian lo que él ya sabía o podía imaginar, su ascenso en Aleph; pero la segunda hoja llevaba manuscrita con letra que supuso de su jefe su nombre para esta operación: Iris; y más abajo: Peligrosa.

Marco pensó que si ahora Iris quería volver a verlo no era nostalgia ni para recordar viejos tiempos. ¿Cuánto sabía de esta operación y qué necesitaba de él?

Caminó hasta el vestíbulo, tomó asiento, descolgó el auricular y discó un número de memoria. El pez en la pecera se movía de un lugar a otro y el reloj de péndulo señalaba en ese momento las nueve menos diez de la noche.

Del otro lado de la línea respondieron con un susurro gutural

Pronto

Bastó eso para que Marco pudiera reconocer a Dante a pesar de haber transcurrido más de veinte años.

Torneo de Leningrado, el caso es todo el caso


Esa frase pareció tomar por sorpresa a Dante que se tomó un tiempo antes de responder

Pensé que el juego se había acabado

El juego se acaba cuando se acaba

¿En qué te puedo ser útil?

¿Podemos vernos?

¿Por qué no?, siempre es bueno volver a ver a los viejos amigos, pero luego pareció arrepentirse de lo dicho al agregar: Ahora que lo pienso, nunca fuimos amigos.

¿Estás dispuesto a volver?

No se puede volver, pero siempre se puede conversar, venite y nos tomamos un trago

¿Ahora?, ¿adonde?

En el segundo Círculo, ¿dónde más?


Dante le pasó dos direcciones, la primera, adonde debía dirigirse, la segunda, la dirección distante a dos o tres cuadras del lugar que debía indicarle al taxista.

Marco se resignó a dejar a medio hacer la cena que estaba preparando, salió de su casa, caminó hasta la avenida Independencia y tomó un taxi. Seguía lloviendo y la lluvia había ganado en intensidad.

El taxi se detuvo en la esquina de Río Cuarto y Santa Elena en el barrio de Barracas, de ahí caminó hasta la calle Santo Domingo, se detuvo frente a una puerta de algo que bien podía ser un galpón o depósito de algo y que en lo alto exhibía un cartel viejo y torcido que decía: Fábrica de juegos.

Ante la ausencia de un timbre, Marco golpeó la puerta.

Un hombre semejante a un gorila embutido en un gabán de cuero negro, de cara ancha y ojos pequeños, tatuado en su frente, con dos aros que perforaban sus orejas y otro que atravesaba su tabique nasal y una larga cadena de plata que colgaba de su cuello que terminaba en una cruz Bizantina abrió la puerta y quedó a la espera que Marco dijera algo.

Mi nombre es Marco, Dante me espera


El gorila cerró la puerta y al tiempo volvió a abrirla y le franqueó el paso.

Caminaron por un pasillo estrecho que desembocaba en una gran sala oscura iluminada por sectores. Le tomó un tiempo entender la organización del espacio. En el fondo y en una esquina había una barra donde tres muchachas jovenes con vestidos ajustadísimos conversaban con el barman, en otro extremo una mesa de ruleta, otra de póker otra de blackjack; no estaba muy concurrido pero en la mesa donde se jugaba craps, una joven sentada en las piernas de un hombre de larga barba encanecida se puso de pie, llevó los dados a su boca, los arrojó y el azar hizo que pegara un grito. Sonaba una música ochentosa a alto volumen.

Siguieron caminando hasta llegar al otro extremo donde sentado en un sillón circular frente a unas mesas ratonas y junto a una mujer joven se encontraba Dante y ahí se detuvieron. El gorila se retiró y Dante que más que un rufián que dirigía un burdel lucía como un respetable hombre de negocios se dispuso a cortar un puro, se lo llevó a la boca y recién entonces le dijo: Sentate.

Marco tomó asiento y quedaron frente a frente. Dante ordenó a la mujer: Traenos dos vodkas puros; la mujer apagó su cigarrillo y se puso de pie a desgano. !Vamos!, !vamos! La animó Dante dándole dos palmadas en el trasero: Mové ese hermoso culo y pedí que cambien la música.

Viéndola alejarse Dante se inclinó y con una mirada cómplice dijo: Una mujer fabulosa; nada inteligente, sincera, dice lo primero que le viene a la mente, se mueve por pura intuición. Con algo así, se te quitan veinte años; deberías probarlo. Luego de una pausa agregó, te ves acabado, si te cruzaba en la calle no te hubiera reconocido. ¿Qué hiciste en todo este tiempo?

Marco se tomó un tiempo para responder: No mucho; luego, se dio vuelta para volver a observar el lugar, se detuvo en la pecera a un costado del sillón donde varios peces iban de un lugar a otro y recién entonces dijo: Qué extraño y familiar resulta todo esto.

En ese momento la música se detuvo y comenzó a sonar el tema La isla bonita de Madonna. Dos jovencitas entraron a la pista y comenzaron a bailarlo moviendo acompasadamente sus caderas, una puso sus manos en el cuello de la otra y la otra tomó su cintura. La pista estaba no muy lejos, en el techo dos esferas cubiertas de pequeños espejos giraban proyectando sobre el piso rectángulos de luz en movimiento.

Mientras encendía el puro Dante respondió: Si uno sabe observar, en algún momento todo se vuelve extraño y familiar al mismo tiempo. De regresó, la mujer apoyó los dos vasos de vodka sobre la mesa, volvió a sentarse y encender un cigarrillo.

Dante tomó un trago y preguntó: Pues bien, ¿cuál es el caso?

Al ver que Marco se mostraba reticente se apresuró a decir: Podés hablar con total confianza, confío más en ella que en vos y que en mi mismo.

Marco miró a la mujer y tratando de decir lo menos posible dijo: Una persona desapareció y debo encontrarla, van a enviar a alguien, la van a alojar en el Intercontinental. Quiero saber a dónde va, con quién habla, tal vez haya que entrar en su habitación.

¿El Intercontinental? Preguntó Dante y parecía que la propuesta comenzaba a interesarle.
Eso no es problema, todavía conservo algunos amigos ahí.
¿Con qué presupuesto contamos?

Marco sacó de su bolsillo un sobre y lo apoyó sobre la mesa. Dante tomó el sobre, lo abrió y sin contar el dinero preguntó: ¿Esto es todo? Habrá más si la cosa prospera respondió Marco ¿estás dispuesto?.

En ese momento apareció el gorila y susurró algo al oído de Dante que dejó el sobre sobre la mesa, se puso de pie y se excusó con un: Ya regreso

Marco miró a la mujer que sin rehusar su mirada parecía habitar otro lugar. Sin saber qué decir preguntó: ¿Cuánto tiempo llevan juntos?

¿Cuánto tiempo? Repitió la mujer como si la pregunta al venir de ella fuera más fácil de responder. Es difícil saberlo contestó y contemplando el espacio dijo en voz baja: Aquí, una noche es igual a otra.

Pero el negocio prospera respondió Marco prestando atención a su camisa de seda, suelta, que sin sostén dejaba a la vista el contorno de sus enormes pechos.

Ella respondió con fastidio: No te dejes engañar, estamos quebrados, ni un par de buenos zapatos puedo comprarme.

De regreso Dante volvió a sentarse, miró a Marco y dijo: Muy bien, hagámoslo

Marco se puso de pie y mirando a Dante dijo: Este es el trato: Solo hablo con vos, yo dirijo la operación, voy a darte la información en su momento, cuando tengas algo me llamás, dejás que el timbre suene dos veces, cortás y luego volvés a llamar.

Y ya dispuesto a retirarse Dante lo detuvo con una frase: ¿Seguís solo?
Marco se dio vuelta, la pregunta lo tomó por sorpresa.

Dante distendido y esbozando una sonrisa lo animó: LLevate algo de aquí como souvenir, lo que quieras, por los viejos tiempos. La casa invita.

Marco miró a un costado donde una joven se le insinuaba, luego fijó su atención en la pecera.

Ya de regreso preparó su cena, luego se sentó en el sillón del vestíbulo. Ahora en la pecera había dos peces pero entonces pensó: No hay dos peces, hay un solo pez que está en dos lugares al mismo tiempo. Miró el reloj que en ese momento señalaba las nueve menos diez de la noche.