Catedral Constructiva I
Arquitectura del tiempo



Tendido en la cama de su habitación con el torso desnudo Marco mira el ventilador de techo que gira lentamente y piensa: Maldita lluvia.
Piensa eso porque en el afuera llueve; aunque no le sea dado saber cuándo comenzó ni cuando va a acabar la lluvia.

Intuyendo el espacio, toma la botella de whisky apoyada sobre la mesa de luz, da un trago del pico y asombrosamente logra dejarla en el mismo lugar junto al capítulo 837 del libro Mil noches y una noche y un reloj despertador de bolsillo desplegado cuyas agujas fosforescentes señalan las nueve.

Dos haces de luz reflejados en el techo provienen de una farola ubicada al otro lado de la calle; otros, de los autos que circulan de tanto en tanto por el empedrado y entonces los haces adquieren movimiento; bajan del techo y se proyectan sobre la pared lateral antes de desaparecer.

El techo amarillento que en tiempos más felices supo ser blanco, una mancha de humedad crece como un cáncer. Ve formas, como los que ven formas en nubes o estrellas. Un cordero, una casa, una ciudad, un rostro; piensa que esas formas bien podrían ser una manifestación de la naturaleza y no producto de su interpretación.

Inmóvil, cierra los ojos y vuelve a pensar: Al fin me dieron una misión; pero ahora siente un dolor casi físico al volver a recordarlo.

A estas alturas cualquier cosa era mejor que la indolencia. Tantos años de estudio, de fracasos, de soledad, de enfermedades, de mujerzuelas cuyos nombres no podía recordar porque nunca quiso saber sus nombres; ahora todo eso quedaba en el pasado; existía la posiblidad de un nuevo comienzo.

Horas atrás le habían hecho llegar por correo una caja que contenía una buena cantidad de dinero en moneda extranjera, un pasaporte falso con su nombre, una cassette, una máquina Aleph, un folleto del museo de Bellas Artes con símbolos dispuestos en un orden y un tejido maya que vestía algo que en un primer momento no se atrevió a desnudar.

Repasó mentalmente su misión: Encontrar y retirar al matemático y disidente ruso Grigori Volkov. Nacido en Lubov, desaparecido en Buenos Aires; Grigori se había vuelto loco.

Cuando finalmente se decidió a desnudar lo que el tejido maya vestía, descubrió una Makarov cargada. Entendió que no se trataba de un despido, más bien, de un retiro definitivo.

Nadie mejor que él para saber que si lo habían buscado no era por su gran conocimiento de Aleph ni por su carácter afable y empático, sino más bien porque lo sabían acabado y porque esta operación rozaba lo ilegal.

Piensa, recuerda y sabe en la habitación de un viejo caserón en el barrio de San Telmo herencia de su padre. Alguna vez pensó en venderla y mudarse al lejano oriente; pensaba en una ciudad cuya cultura, lengua y símbolos le fueran completamente ajenos; siempre le atrajo la idea de enfrentarse a lo completamente desconocido.

Pero de aquella idea peregrina y malograda habían pasado muchos años y lo terminó ganando la costumbre. Comenzaba a beber a las siete de la tarde y dejaba de beber a las dos de la mañana. Ya tarde, reemplazaba las botellas vacías por otras semejantes pero llenas; una vez por semana solía tomar un café en un modesto bar al que llegaba de a pie y solo intercambiaba unas pocas frases de ocasión con su dueño. Antes de abandonar el bar bajaba la escalera y se detenía a orinar con paciencia.

Marco había encontrado cierto placer en la cocina, la idea de combinar sabores; la relación entre cantidad, proporción y tiempo le permitía pensarse como un Hermes Trismegisto, el viejo alquimista; aunque por su condición de fumador había perdido casi por completo el sentido del olfato.

Sin amigos, sin familia, muy pocos llegaban a pensar que dentro de ese caserón de la calle Bolivar existía algo o alguien. Pensó: yo existo aunque nadie sepa de mi existencia; y en su estado de reposo llego a pensar que eso era bueno. Una vez alguien le preguntó por qué no había tomado a una mujer como esposa y engendrado hijos, pero habían pasado tantos años de aquello que ya no recordaba la respuesta.

El timbre del teléfono lo sacó de su letargo, sonó una vez y luego se detuvo. El sonido provenía de un viejo teléfono negro donde los números se ordenan en semicírculo y van del cero al nueve; para llamar a un lugar que tiene asociado una serie ordenada de números, se introduce el dedo índice en el orificio que corresponde al primer número y se lo hace girar hasta que algo se lo impide; se lo suelta y el disco regresa a su posición de reposo; el proceso se repite hasta agotar la serie. El tiempo que tarda el disco en regresar está en relación con el número; el cero es el que más se demora.

No sin dificultad se puso de pie porque sabía que el teléfono volvería a sonar. Encendió la luz y al hacerlo un pequeño insecto bajó de la pared a toda carrera a esconderse en la madera del zócalo; al verlo correr pensó: Todo lo que existe, al sentirse amenazado se esfuerza por seguir existiendo; los insectos pequeños y ágiles corren, otros que no son pequeños piensan que si corren van a llamar la atención y entonces prefieren mantenerse quietos o fingirse muertos otros, de forma inexplicable logran mimetizarse con su entorno. Pero no solo los insectos; los peces, las aves, las plantas y hasta una piedra se esfuerza por seguir siendo piedra.

Caminó hasta el vestíbulo donde se hallaba el teléfono apoyado sobre una mesa de roble, encendió un cigarrillo y se sentó a esperar. Miró primero el cubo de cristal dispuesto en la misma mesa donde un solo pez iba y venía de un extremo a otro de la pecera sin llegar nunca a tocar sus extremos; de alguna forma había llegado a intuir los límites de su espacio. Después dirigió su mirada hacia el comedor del cual y desde su posición solo veía un fragmento.

Sobre una de las paredes colgaba un enorme espejo rectangular que reflejaba aquello que existía en la pared opuesta; había ahí un reloj de péndulo herencia de su abuelo con su disco plateado y números alrededor del círculo que iban del uno al doce. Hacía mucho que había dejado de darle cuerda. El reloj marcaba las nueve y diez y al mismo tiempo las nueve menos diez visto a través del espejo.

El teléfono volvió a sonar; al segundo timbre Marco descolgó el auricular. Sabía que del otro lado de la línea estaba su jefe; aunque nunca lo había tratado personalmente, su voz delataba que podía tener entre unos cincuenta o sesenta años, la misma edad que él.

- Diga

- El jueves llega un control de Madrid, la van a alojar en el Intercontinental, pidió verte.
No estaba en los planes. Voy a enviarte lo que pueda averiguar.
Que comience el juego

Y eso fue todo.
Se puso de pie, entró en su habitación y tomó del armario un bolso mediano y fue poniendo lo que antes estaba en la caja en el bolso; dejó apartado sobre la mesa del comedor la cassette, el folleto del museo de Bellas Artes y la máquina Aleph; trajo una reproductora de cassette, colocó la cinta y presionó la tecla Play.

El tiempo ocurre y es donde todo suceso ocurre, pero el tiempo también es suceso.
El primer suceso es la creación del tiempo
Las relaciones de tiempo crean la forma

Lo que sucedió volverá a suceder hasta la frontera de sucesos

Un insecto puede caminar por el filo de una navaja

Rusia me dio todo, Rusia me quitó todo

Dos, Dos, Siete, Cuatro, Cinco, Uno, Siete, Uno, Cero

La voz de Grigori ronca y cascada exudaba dolor y resignación, después de volver a escuchar la cinta, era todo lo que podía suponer por el momento. Abrió la máquina Aleph, una máquina semejante a una computadora personal, pero existían diferencias en la disposición del teclado, había teclas que tenían impresas letras del alfabeto latino, otras del cirílico, otras del chino otras eran ideogramas.

Presionó una tecla y al tiempo apareció la palabra Taxi y entonces Marco le habló a la máquina:

-Al museo de Bellas Artes ¿En cuánto tiempo estima llegar?

-Puedo bajar en la próxima hasta Alem, de ahí calculo que unos diez minutos

-Está bien

Eso le daba tiempo; se levantó, fue a la cocina y comenzó a pelar unas papas, puso el agua a hervir y picó la cebolla.
Al regresar la pantalla de la máquina mostraba: Museo de Bellas Artes.
Tomó el folleto del museo e introdujo los símbolos ahí dispuestos en el mismo orden y la máquina respondió con un texto y una imagen:

Sala 27 [pasado]



Escucho un rumor de voces, al escucharlos daba la impresion de haber un grupo de personas acompañados por un guía del museo.

Por favor, ubíquense de este lado

Catedral Constructiva, 1937, pintura abstracta

Este cuadro es una clase Aleph y es el mismo cuadro que está en este mismo museo en el mundo real.
Fue puesto por Grigori Volkov

Observen esta otra clase



Esta clase es una fotografía en papel del mismo cuadro

Sigue siendo algo real, una fotografía, una fotografía de este cuadro que está no en el museo sino en algún otro lugar

Ahora veamos esta otra clase



Esta clase no es un cuadro ni una fotografía, es una imagen, no está en ninguna parte, es pura abstracción
Grigori Volkov, la persona de la que hablamos comienza y termina aquí

La historia de Grigori es curiosa:

Su padre era historiador, cartógrafo y místico todo al mismo tiempo. Rezaba frente a la imagen del Zar y se inlinaba ante el ícono de San Gabriel

El pequeño Grigori escuchaba con atención los relatos de su padre que le hablaban de la geografía y origen de todas las rusias. De una Rusia Blanca, de los ciclos históricos que unen la civilización de Elam, con la antigua urbe sumeria de Ur

Le mostraba mapas que eran círculos donde los continentes no se representan con imágenes.


La ciudad de Múrom se encuentra en medio del Círculo Ruso y se dirige al Sur entrando en la esfera de lo cambiante

De su padre escuchó la palabra sánscrita nirukta, lo no evidente, el método hindú de la lingüística sacral que analiza no la etimología de las palabras, sino su semejanza con los fonemas mántricos, similar a las operaciones de la Kábbala judía

Su pretensión era que el pequeño Grigori descubriera metafísicamente el Oriente, devolviendo a Rusia las antiguas enseñanzas del hinduismo, del taoísmo, lo que a su vez, cambiaría la conciencia rusa evitando cualquier contexto ateo y racionalista.

Es difícil saber qué impacto tuvieron todas esas historias e imágenes en el pequeño Grigori que no aprendió a hablar hasta los diez años. Cuando lo hizo, se entregó completamente a la causa bolchevique; la Rusia Roja que su padre detestaba. Al estudio de la obra de Fiódorov y su teoría de la Resurrección artificial de los Muertos, señal inequívoca del reinado del Anticristo y la conversión de las iglesias en museos

Finalmente al estudio de la red Aleph donde estamos ahora

La publicación de su gramática de los intérpretes renovaron completamente el sistema de símbolos del lenguaje Aleph, pero fue su álgebra del tiempo lo que lo catapultó a lo más alto y al mismo tiempo precipitó su caída

Existen aquí tres clases tiempo, el tiempo del museo, el tiempo del cuadro y el tiempo donde sea que ustedes estén

Esta clase ha agotado su tiempo y sin embargo es visible. Ese fue el gran descubrimiento o invención de Grigori

Lo que vemos no es la clase cuadro, lo que vemos es la interpretación de la clase cuadro

Vemos porque el tiempo fue creado por el intérprete. Lo que vemos no es la clase, es la interpretación de la clase

Pasemos ahora a la siguiente sala


La explicación había demorado más de la cuenta, al concluir fue a la cocina y descubrió que el agua se había evaporado y las papas estaban adheridas a la olla.
Tuvo que tirar todo y se dispuso a comenzar de nuevo.