Bar de Cao

Cuando llamaron por teléfono y escuché: Xib’alb’a es mi referencia supe que el día había llegado. La cita era a las diez de la noche en el bar de Cao.
Era una noche de principios / de otoño, nada hacía prever el giro de los acontecimientos que esa noche tomarían lugar.
Porque después de haber estudiado y pensado la forma de Aleph he concluido que no hay modo que Aleph intervenga la realidad.

Para aquellos que no han seguido la suma de acontecimientos que desembocan en esta noche, en esta otra noche serán / espectadores.

Aleph es una máquina regida por una gramática formal y un lenguaje formal. Lo que Aleph interpreta son clases, una clase expresa cualquier cosa real o imaginaria. Una clase puede ser esta copa de vino, el vino, el color del vino, luego otra clase puede establecer una cierta relación entre el color rojo o la circunferencia de esta copa con el fragmento del dibujo de una cerámica vista / en Florencia.
La única condición que establece Aleph, es que todo eso haya ocurrido en un tiempo continuo dentro de una mente humana.

A diferencia de un ideograma o un tipo de sintagma, el signo Aleph no representa nada de forma concluyente porque está sujeto a un cambio perpetuo pero discreto, alguien que lee una clase Aleph puede no notar en el transcurso de una vida ningún cambio. Está regido por uno o varios calendarios que ha creado el hombre y a los que adhiere esa clase. Mañana, en un año, en un siglo, en varios siglos la clase puede cambiar. Cambiar, significa que las reglas de producción de la gramática Aleph cambian.

Digamos que lo que puede cambiar no es solamente el texto escrito que define una clase, puede cambiar todo el lenguaje. El problema aquí es que para cambiar un lenguaje formal es necesario contar con otro lenguaje formal que indique cómo se opera ese cambio, y si ese lenguaje también cambia, debe existir otro lenguaje que diga cómo hacerlo y así.
Entonces, debe existir en esa serie interminable un último lenguaje Aleph que no cambie. Eso pensé.



Pero no nos apartemos de lo que nos trajo a esta noche.

Trabajo para La Resistencia pero trabajo solo y encubierto, trabajo para Rubén que dirige una unidad de Aleph para informarle de los progresos que hace el astrólogo en la construcción de una película Aleph cuyo propósito es la destrucción de todo Occidente. Según me dio a entender, la forma en que La Resistencia piensa destruir Occidente es destruyendo el lenguaje.
Filmar una película, cualquiera sea esa película, lejos de debilitar a Occidente, lo fortalece. Eso pensé.

El astrólogo me ha ordenado traer a la actriz española Elena Burgos de Madrid para convencerla de protagonizar la película.
Le he dado a leer el guión, leyó el guión. Ha puesto algunas objeciones pero ninguna referida a los temores del astrólogo sobre ciertas escenas subidas de tono.

Comencemos:
Supongamos que el bar de Cao es así y así.














No. En esta noche no hay prisa. Nunca hay prisa en la nada y entonces:

En 1915, el edificio de dos plantas y techos de inalcanzable altura, abrió sus puertas como fonda en Matheu e Independencia, esquina disputada entre los barrios San Cristóbal y Balvanera. Quince años más tarde, dos hermanos de cepa asturiana comprarían el local. El plan de Pepe y Vicente Cao era hacer de esa esquina un almacén con despacho de bebidas, empresa que lograron con creces y a la que le dieron una larga vida.

El mármol del mostrador, la vieja caja registradora y las infinitas alacenas parecen, por momentos, hacer eco de las palabras de Pepe en alguna de sus últimas entrevistas: “(…) no sé por cuánto tiempo, pero aquí estaremos”. A quién no le gustaría poder volver al bar y encontrarlos, siempre ensimismados en sus tareas, tan prolijos, tan puntuales, tan amables. La llegada del nuevo milenio coincidió con la renuncia a su ilimitada oferta: los hermanos se retiraron de su templo y el local, huérfano, se puso en alquiler.

En esa esquina que supo ser generoso emporio, en el que las conservas, la mercadería al peso, los fideos secos, las lentejas, los salamines y las botellas rebosaban de las estanterías, anónimos trabajadores inmigrantes llegados a Buenos Aires en busca de su América, encontrarían en ella memorias de su España patria. Muchos otros parroquianos (de aquí, de allá y de ningún lado) concedieron al Bar de los Hermanos Cao el honor de ser su más fiel confidente, su indeclinable cómplice, su eterno compañero.


En un rincón del bar está el astrólogo que ya ha ordenado. Está bebiendo un vodka Smirnoff, degusta unos trocitos de jamón crudo, cantimpalo, aceitunas con una porción casi concluída de ensalada rusa.
Yo venía para hablarle de mis progresos con Elena, para ver como iba a continuar la película, a averiguar quienes iban a financiarla.
Me senté y me invitó a ordenar lo que quisiera. Pedí una cerveza Heineken, se mantuvo en silencio un tiempo y luego preguntó:

¿Cómo va con Elena?

Bien, creo que vamos bien, leyó el guión y en principio está dispuesta a hacer la película

¿Cómo hizo para convencerla?

Puse en su mesa margaritas silvestres.
Eso le trajo el recuerdo de su abuelo, me detuve a escucharla y como usted sugirió fingí ser quien soy pero también introduje algunos camios en el guión.

¿Qué cambios?

En la Catedral, cuando Ikal la obliga a ponerse de rodillas ella mira, primero la imagen de Cristo en la cruz y comienza a arrodillarse pero luego se pone de pie, ahora mira a cámara, al principio nerviosa pero va adquiriendo carácter mientras dice: Mi nombre es Elena Burgos, soy una actriz española y yo no me arrodillo.
Me preguntó qué razones tendría Ixchel para incendiar la Catedral.
Eso me hizo dudar. Llegué a pensar que no había comprendido nada.

El astrólogo sonrie, toma un cigarrillo de su pitillera y lo enciende, -Puede ser, pero también puede no ser.

Días después recordó un bar de Madrid, recordó que tiene un gran piano en el que la gente se sienta en taburetes a su alrededor. Es un falso piano. Recordó las marcas de quemaduras en el piano de cigarros que habían caído de esos ceniceros. Recordó aquella época en la que se podía fumar adentro de los bares.

El astrólogo sonrie. –Sabe, me he equivocado mucho en mi vida, pero no me he equivocado respecto a Elena.

Llega la cerveza, el astrólogo pide otro Smirnoff y aprovecho para preguntarle:

¿Cómo seguimos?, ¿qué sigue?, ¿quién es nuestra mecenas?

El astrólogo bebe un trago, se quita los lentes y baja la mirada:

Lo siento, le mentí. No voy a hacer esta película y nunca hubo una mecenas.





















Ella siempre fue mi albacea











¿Quiere saber como yo comencé en Aleph?
Comencé escribiendo, porque en lugar de comprender Aleph me propuse imaginarlo.
Imaginé entonces algo en una cierta relación con algo escrito.
¿Qué haría si de pronto descubre que alguien a quien usted apenas recuerda está escribiendo una novela y lo ha incluído en su ficción?
¿Qué haría si la forma en la que esa persona ha imaginado no se corresponde con lo real pero además siente lo escrito como una afrenta?

Usted se vería obligado a actuar, tal vez comenzaría a escribir su propia historia.
Claro que la forma poética es por definición siempre ambigua.
De la palabra anagrama tomé su nombre.

Sabe. Yo elegí ver.
















No, no es lo que está pensando, verlo todo no significa verlo todo, significa ver unas pocas cosas pero de forma tan precisa e intensa que esas pocas cosas se vuelven mundo.

Comencé leyendo dos libros: La peste de Camus y La nausea de Sartre. Leía un día uno y al otro día el otro, llegué a aprenderlos de memoria:

“Toda mi vida está detrás de mí. La veo entera, veo su forma, veo los lentos movimientos que me han traído hasta aquí. Hay pocas cosas que decir de ella: una partida perdida, eso es todo. Hace tres años que entré en Bouville, solemnemente. Había perdido la primera vuelta. Quise jugar la segunda y también perdí; perdí la partida. Al mismo tiempo, supe que siempre se pierde. Sólo los cochinos creen ganar. Ahora voy a hacer como Anny, me sobreviviré. Comer, dormir. Dormir, comer. Existir lentamente, dulcemente, como esos árboles, como un charco de agua, como el asiento rojo del tranvía.”

Entonces enfermé.
Ya no era capaz de reducir los múltiples porvenires a un solo acto propio y lo porvenir fue solo palabra, cada pequeño detalle contaba y era mundo. Cada pequeño detalle era todo el maldito mundo.
Permanecí dormido mucho tiempo.
Si en la vigilia nos es dado interpretar un sueño, ahora en mi sueño interpretaba la vigilia.

Pero ella no se apartó. De algún modo secreto siempre estuvo ahí y siguió escribiendo.
Créame que si ella no hubiera estado ahí o hubiera dejado de escribir esta conversación no existiría.
Tal vez no haya ocurrido así porque cuando uno elige ver ya no hay forma de saber qué es real. Pero me gusta imaginarlo de esa forma.

Nunca he encontrado la forma de agradecerle ese gesto. No he podido hallar una solución al maldito problema y cada nuevo día que pasa vuelvo a pensar en eso.

Sabe, mi padre murió de manera indigna, una vez me dijo que prefería la muerte a la incomunicación.






Ahora escuche. El que yo no haga la película no significa que usted no pueda hacerla. ¡Haga la película!, haga la maldita película.

¿Yo?, ¿cómo?, jamás he filmado, no sé cómo se hace una película -respondí

El astrólogo vuelve a colocarse los lentes, bebe un trago y sonrie

No es tan difícil, vaya despacio, nunca deje a los actores improvisar porque es una pérdida de tiempo, toda película es una operación matemática y créame, no hay película por mala que sea que no pueda ser salvada con un corte a negro.
No busque apoyo aquí, viaje a México y si no lo consigue vaya con los rusos, después de todo ellos se llevan la mejor parte.

Mire al astrólogo, todo se había derrumbado, no sabía como continuar, le pregunté:

¿Qué va a hacer ahora?, ¿cómo sigue su vida?

¿Mi vida?. Tal vez viaje a Africa, hay algo ahí, sé que hay algo ahí.
Entraré por Tanger y luego me perderé en el desierto.
Tal vez no. Tal vez robe el museo de Bellas Artes.
¿Sabe cuál es mi temor de robar un museo?. No es que me piensen loco, no es que digan: ¡idiota! Robar un Torres García teniendo un Rembrandt a la mano, no es sufrir cárcel. No, es pensar que ese acto pueda dañar la obra. Eso dice algo de mi. Al menos me gusta imaginarlo de esa forma.

El astrólogo toma un sobre de su portafolio.

Cuando Elena regrese a Madrid, pídale que deje este sobre en la recepción del hotel Ritz.

¿En la recepción?

Si, en la recepción del hotel Ritz.
Ahora váyase, llega tarde.

Tome el sobre, me puse de pie y salí del bar de Cao, antes de llegar a la puerta escuché:

-¡Señor Rocha!

Me dí vuelta, el astrólogo preguntó en voz alta:

¿De verdad piensa que es Aleph quien crea el azar?

No, nunca lo creí –repondí

Pues yo tampoco –dijo el astrólogo

Crucé la calle y eché una última mirada. Ahí estaba el astrólogo, sin duda era un hombre acabado, pero aún así y a la distancia había algo de dignidad en su figura.

Apuré el paso, llegaba tarde a mi clase en el centro de Altos Estudios Aleph.