En el vértice
Jueves, 14 de agosto de 2014, en el subterraneo de la línea A de la ciudad de Buenos Aires comienza a sonar el teléfono Aleph.
-Bájese en la próxima estación, -dice un hombre con voz grave e imperativa
Miré el mapa, arriba sobre la puerta del vagón ¿Pasco? –pregunté-
-No, en Pasco no se detiene, encuéntreme al final del andén
Al final del andén un hombre delgado con saco y corbata, me entrega un sobre y abandona el lugar sin dirigirme la palabra.
El sobre contenía un plano y una carta. Leí la carta, volví a leerla, cerca de medianoche llamé a Ana, hacía cinco años que no hablábamos.
Hola
¿Quién habla?
Marcelo
¿Quién?
Marcelo Rocha
¡Ah!, ¿qué hora es?
Es tarde, necesito hablar con vos, te invito a almorzar mañana, México 524, 12 en punto.
Ana llegó puntual, bajó del taxi y caminó hasta la puerta, llevaba un libro en la mano, Ana siempre llevaba un libro en la mano, era un ensayo sobre Giordano Bruno y la tradición hermética.
Entramos, Ana preguntó –¿Nos sentamos aquí? No, mejor vayamos adentro
Tomamos asiento, el camarero trajo la carta, Ana quedó observando la biblioteca. A veces pienso –dije- en qué clase de monstruo se convertiría uno si pudiera leer todos esos libros.
Tal vez yo haya leído más que eso y ya ves, no soy ningún monstruito –dijo Ana.
Nos reímos.
¿Cómo sigue tu padre? –preguntó Ana después de leer la carta.
Mi padre ha muerto
Perdón, no sabía
Escribí una carta y la mandé a los diarios. No la publicaron, ya sabés, nunca fui bueno escribiendo.
¿Qué decías?
Ya no tiene importancia
A mi me importa, ¿qué escribiste?
Escribí como si nunca lo hubiera conocido, recorría su infancia y su vida de académico en un tono impersonal pero al final citaba al poeta.
“…La mojada
tarde me trae la voz, la voz deseada,
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.”
Silencio.
Cómo me fumaría un cigarrillo –dije para romper el silencio
Entonces Ana sacó un paquete de Chesterfield de su cartera encendió uno, largó una bocanada de humo y me invitó a acompañarla.
-Creo que no se pude fumar aquí –dije en secreto tomando un cigarrillo
-No se puede, pero nosotros estamos pudiendo
Nos reímos.
Llegó el camarero, nos indicó que no se podía fumar, le pregunté a Ana si deseaba beber vino, ¿Tienen algo de las bodegas Tikal o de Fin del mundo?, no tenían.
Ana, ¿Qué sabes de la red Aleph?
¿Qué?, ¿qué es eso?
Es una red que fue creada por los rusos que copia el mundo real.
Como internet
No, no tiene nada que ver con internet. Internet copia solo el caos del mundo mientras que todo Aleph obedece a un plan.
Mirá esto -saqué el plano del sobre y lo extendí sobre la mesa
¿Qué es?
Es el plano del museo de Bellas Artes, me fue entregado ayer por alguien que opera en Aleph, sospecho que es gente del movimiento anarquista.
¿Existen anarquistas todavía?
En Aleph existen, hay un cuadro ahí que da al pasado, tal vez deba robar el museo de Bellas Artes.
¿Qué?, ¿y por qué harías algo así?
No lo sé, aún no lo entiendo.
Ana con expresión de no haber comprendido nada, risa. Luego se echa a reír.
Silencio.
Vos no vas a robar ningún museo.
¿no?, ¿y por qué estás tan segura?
Porque te conozco y sé que no vas a robar ningún museo
Tal vez no me conozcas demasiado. Sabés, para vos es fácil, venís aquí y encendes un cigarrillo donde está prohibido porque lo peor que puede pasar es que venga el camarero a pedirte amablemente que lo apagues, es fácil cuando no se arriesga nada.
Ana se vuelve furiosa: Vos no me conoces, no me conoces en absoluto, ¿qué sabés lo que yo arriesgué?, sos un idiota, jamás vuelvas a mencionar eso. Ahora vuelvo. Se levanta, apoya la mano en el mantel, abandona el lugar.
Llega el camarero, pruebo el vino, tomo el libro de Ana y leo en un lugar señalado:
“En su Oratio valedictoria, manifestó ante la asamblea de doctores que, a diferencia de Paris, él había escogido a Minerva de entre las tres diosas. Ver a Minerva significa volverse ciego, adquirir sabiduría gracias a su ayuda significa enloquecer, porque ella es Sofía, la propia Sabiduría, hermosa como la luna, grande como el sol, terrible como los ejércitos disciplinados, pura, ya que nada puede mancillarla, honorable por ser la imagen de la bondad misma, potente puesto que, siendo una, es capaz de hacerlo todo, gentil ya que visita a los pueblos que le están consagrados y convierte a los hombres en amigos de Dios y de los profetas.”
Cuando Ana volvió parecía otra persona, sin sentarse bebió de su copa y dijo: Quiero irme.
Por favor, sentate, quiero leerte una carta. La carta describe la muerte del Presidente.
¿El presidente murió?
Lo asesinaron
¿Qué presidente?
El presidente de la columna sur del movimiento anarquista
¡Ah!, claro, me había olvidado, los anarquistas –dice burlona. Se sienta.
Tomé la carta y leí:
Nos citaron de urgencia en el teatro La Scala de San Telmo, el sereno es simpatizante y nos prestó la sala a condición de que pasáramos inadvertidos. Encendimos unas velas, parecía que estábamos velando a un muerto. Éramos unas seis u ocho personas, yo estaba ahí para observar y elevar un informe.
El Presidente llegó pasada la medianoche, ojeroso y sin afeitar, la llamas acentuaban sus rasgos. Le ofrecí una silla pero se mantuvo de pie todo el tiempo ocupando el centro del escenario.
Cuando le pedí que revelara su nombre respondió: No soy Orlando Furioso
Todos nos reímos y eso ayudó mucho, nosotros éramos jóvenes e inexpertos, el Presidente en cambio era todo un cuadro, un histórico del movimiento, supongo que debió sentirse muy mal al tener que someterse a semejante humillación. Alguien comenzó preguntándole si reconocía que su conducta estaba causando un enorme daño a la imagen del movimiento a lo que respondió:
¿Y desde cuando nos preocupamos por la imagen? ¿qué es una imagen?. Camarada, por si no lo recuerda, estamos en el movimiento anarquista no en un desfile de modelos.
Hubo otras muchas preguntas tratando de entender su comportamiento hasta que un muchacho muy jovencito tomo la palabra y muy nervioso dijo:
Vamos a perder la voz de Henri Michaux.
El Presidente se acercó intentando reconocerlo.
¡Camarada Horacio!, que sorpresa encontrarlo acá disfrazado de inquisidor. ¿Acaso pensó que sus amigos poetas vendrían a salvarlo?
Henri Michaux, siempre dije que ese tipo no nos iba a servir. Demasiado afrancesado, lo apretaron un poco y se largó a hablar, ¿vamos a perderlo? ¡Qué triste!, tristísimo, estoy tan triste que mi tristeza va a durar exactamente un minuto.
¿De qué nos acusan?, ¿de usar un disfraz?, nosotros usamos nuestros propios disfraces, es mejor que salir a la calle con un sombrero prestado.
Nunca ofendí a nadie, y si ofendí yo me perdono y dios me perdona porque es su oficio.
Al final se lo veía cansado, antes de retirarse nos habló a todos.
Muchachos, ustedes no deberían estar acá, ustedes deberían estar en la calle metiéndole mano al mundo, estudiando, formándose para llegar a ser verdaderos cuadros y no haciendo esta pantomima y dejándose usar.
¡Viva Simón!, gritó alguien
¡No camarada!, estoy harto de escuchar eso, el gran Simón, el pobre Simón, el pequeño Simón. No, digamos las cosas como son, el camarada Simón fue un hombre que salió de su casa con una bomba dispuesto a matar a otro hombre. Yo he pensado mucho en eso, en su determinación y que cuando caminó, lo hizo solo. La determinación no es algo que uno decida o pueda aprender, no tiene nada que ver con el coraje, el coraje se puede adquirir tomándose una botella de grapa.
La determinación va creciendo alrededor de un ideal, pero luego ustedes tienen que desarrollar sus propias ideas. Recién cuando sientan que esto es así, arrojen su flecha y jamás vuelvan la mirada.
Quiero leerles este artículo, no traje mis lentes. Camarada, haga el favor de leer, desde aquí.
“Naturalmente, si quisiesen irse por su propio pie, no lloraría. Más aún, le pondría una vela a la Madonna. De hecho, ya lo sugería en el ensayo publicado recientemente en el Corriere della Sera, titulado ‘El enemigo que tratamos como amigo.‘ ¿Si somos tan estúpidos, tan tontos, tan despreciables y pecaminosos -escribía-, si nos odiáis y nos despreciáis tanto, ¿por qué no os volvéis a vuestra casa?’.
Pero deben estar bien aquí, porque no quieren irse. Ni siquiera lo piensan. Y aunque lo pensasen, ¿cómo llevarían a la práctica algo así? ¿Por medio de un éxodo parecido al de Moisés guiando a los judíos fuera de Egipto a través del Mar Rojo? Ya son demasiados.
¡Y qué le vamos a hacer si desde el momento en que desembarcan nos cuestan un riñón! Comida y alojamiento. Escuelas y hospitales. Subsidios mensuales. Y qué le vamos a hacer si se adueñan de barrios enteros e, incluso, de ciudades enteras. Y qué le vamos a hacer si, en vez de mostrar un poco de gratitud y un poco de lealtad, pretenden incluso el derecho al voto que, pasándose la Constitución por el forro, le regalan los partidos de izquierdas.Y qué le vamos a hacer, si para proteger la libertad, por culpa suya tenemos que renunciar a algunas libertades.
Querido padre Andrzej, no sé qué es lo que está pasando en Polonia. Pero en el resto de Europa, comenzando por mi país, no está sucediendo lo que pasó en Viena hace tres siglos. Cuando los 600.000 otomanos de Kara Mustafa pusieron sitio a la capital, considerada el último baluarte del cristianismo, y junto a los demás europeos (excepto Francia) el polaco Juan Sobieski los expulsó al grito de «Soldados, combatid por la Virgen de Czestochowa». No, no. Aquí está pasando lo que pasó, hace más de 3.000 años, en Troya, cuando los troyanos abrieron las puertas de la ciudad y condujeron dentro el caballo de Ulises. Despreciada como una Casandra a la que nadie escucha, hace años que repito sin cesar la misma canción: ‘Arde Troya, arde Troya’. Y hoy, todas nuestras ciudades y pueblos arden de verdad.”
El artículo no merece mayor comentario por lo estúpido, por la lectura superficial y lo reaccionario del discurso, ¿qué piensa Europa ahora? Muerta de miedo invadida por ojos extraños, millones de desplazados que ellos mismos han creado por siglos. Y no me importaría ni llamaría mi atención si no fuera por quien lo escribe.
¡Camaradas!, esta mujer fue corresponsal de guerra, esta mujer se enlistó en el ejército para responder a la pregunta de su pequeña hermana: ¿Qué es la vida?, esta mujer fue la compañera del gran Alekos Panagulis. Vean hasta que punto se puede estropear una voz.
Vayan con cuidado camaradas, no vaya a ser que a ustedes les ocurra lo mismo.
A la semana siguiente el vespertino de mayor circulación de Aleph aparecía con grandes titulares:
“La voz de Henri Michaux se ha cerrado para siempre al movimiento anarquista” Y más abajo:
En un fallo sin precedentes El Centro ha ordenado tachar de todos los Codex las palabras del gran poeta y pintor belga usadas por el grupo insurgente. Luego añadía la lista completa de textos que habían sido tomados en cuenta para esta resolución incluyendo algunos fragmentos de: De maneras de dormido, maneras de despierto.
Luego de eso no supimos mas nada, el Presidente desapareció, le encontré mucho después viviendo en un hotel de la calle Salta intentando entre medio de macrós y sus pupilas traducir a Heine con un diccionario escolar mientras se lamentaba, mis lentes, mis lentes ¿podrá conseguirme unos lentes nuevos?.
Lo que sigue me fue referido por un miembro de la SSI que participó en su captura.
Era noche cerrada, nos pasaron el dato y fuimos a buscarlo a una pensión en el barrio de Once. Se resistió y hubo que ablandarlo. Lo sacamos a la rastra, en el lugar quedó tirada una obra de Heine junto al libro Constructivismo Universal de Joaquín Torres García.
Quiso saber quiénes éramos, se mostraba tranquilo, tal vez pensó que lo llevábamos a declarar, tomamos por avenida Córdoba hasta Federico Lacroze y entramos al cementerio La Chacarita. Ahí empezó a tomar conciencia de lo que le aguardaba, intento darse ánimo diciéndonos que detrás de él vendrían otros. Cuando le dijimos que su propia gente lo había vendido no quiso creerlo pero luego de eso no habló mas.
Lo bajamos del auto y caminamos por la calle 18 hasta el extremo de una cripta, el capitán dio la orden para su ejecución. El cielo amenazaba tormenta. Le ofrecí un cigarrillo que aceptó. Sus manos temblaban. Tiemblo contra mi voluntad –dijo. Fumamos en silencio. Quiso saber qué arma portaba, le dije que era una Makarov cargada con balas de mercurio. Miró el cielo y dijo: creo que va a llover. Arrojó el cigarrillo al piso y se acomodó el pelo. Es hora –dije- ¿Qué hora es? –preguntó-
Le apunté al corazón y disparé, cayó de espaldas. Me acerqué, lo oí murmurar: Ich reise fort komme wohl nie wiede, apunté al corazón y disparé.
El plan del capitán era sencillo, haríamos correr la voz y arrestaríamos a todo el que se acercara a verlo.
Cerca de medianoche el capitán comenzó a impacientarse. De pronto un muchacho muy jovencito se acercó con cautela, dio unas vueltas y finalmente se arrodilló frente al cadáver y comenzó a sollozar.
El capitán dijo: Cuando dé la orden, disparen.
Entonces apareció ella, con total determinación se acercó al muerto, una máscara dorada le cubría el rostro. Permaneció unos instantes sin moverse, luego lentamente se quitó la máscara, era imposible adivinar su rostro, fue entonces cuando dijo:
La duración vana, sea.
Sea cada uno una nuez, sea
Este perverso brillo donde la duda insiste, perfecta.
Sea lo demoníaco en la madera virginal de las infancias.
Nieve aún la estepa su soledad predestinada
Y haya una demora de ceniza en el vértice más cruel de la especie.
Tomó al joven de la mano y salieron caminando juntos. Un relámpago iluminó la escena.
El capitán dio la orden.
Nadie acató, todos nos habíamos vuelto ciegos.
Miré a Ana, doblé la carta y volví a ponerla en el sobre. Le dije: Ana, nos conocemos hace mucho, sé que esas son tus palabras.
No, -dijo Ana. Esas palabras son un fragmento de la poesía En el vértice de la poeta Patricia Damiano
No le creí, quedamos en silencio.
Nos dimos la mano. Nos despedimos para siempre.
Caminé por la calle México y me senté en las gradas de lo que alguna vez fue la Biblioteca Nacional.
Abrí el sobre y revisé el plano, había comenzado a llover.